viernes, 29 de enero de 2010

CAPITULO IV: "El interrogatorio de Jerima" y CAPITULO V: "La planta fangut"

4. EL INTERROGATORIO DE JERIMA
Samuel abrió lentamente los ojos. Acababa de despertar aturdido, con sensación de cansancio, como si regresara a casa después de realizar un largo viaje. Tardó unos segundos en reconocer el ambiente y las cosas que le rodeaban. Lo único familiar era la grata sensación de sentir el calor que desprendía el cuerpo de su compañera, que dormía vestida con su rafai entre las sábanas blancas de algodón.
Le había costado tiempo y esfuerzo implantar el uso de la ropa de cama entre los kimismanos, acostumbrados a dormir en los barracones, enfundados en el mismo rafai que usaban durante todo el día y tendidos sobre colchones desnudos, pero finalmente terminaron cambiando de opinión. En ese cambio había tenido mucho que ver la constante insistencia de Samuel alegando que, al menos, debían probar aunque sólo fuera por una noche. En principio sentían curiosidad al contemplar las sábanas y edredones “fabricados” por Samuel, pero renunciaban a su uso alegando sentir claustrofobia al meterse en aquella especie de caja de la que sólo sobresalía la cabeza, y sostenían que los rafais eran ropa suficiente para afrontar la escasa diferencia de temperatura entre el día y la noche. Sin embargo unos pocos decidieron complacer las peticiones de Samuel (únicamente por respeto hacia él) y encontraron la moda importada de la Tierra tan cómoda que nunca más quisieron prescindir de las sábanas, ni de los colchones, camas, somieres, mantas… y manifestaban abiertamente haber descubierto al fin que el descanso también puede ser un placer y no sólo una necesidad, como creían cuando dormían en los barracones de Candai sobre aquellos colchones, tan desgastados por el uso que había que estar realmente cansado para conciliar el sueño, amén de levantarse al día siguiente con el cuerpo dolorido por estar acostado durante toda la noche sobre el duro suelo de artea.
Se giró para mirar a Laila, aún dormida. La semilla de la duda intentaba germinar en su mente y pretendía instalarse en ella definitivamente, a base de comparaciones. La imagen de la muchacha con la que compartía los sueños volvió a su mente, tan nítida como aquella habitación que lo envolvía. Ella era joven, mucho más que Laila, demasiado joven… tal vez dieciséis años, o dieciocho…
Samuel sabía que aquella chica sólo existía en sus sueños, pero su preocupación real era descubrir por qué su mente la había creado y le dejaba colarse en su vida noche tras noche tan pronto quedaba dormido. Se preguntaba por qué era tan feliz en sus sueños, cuando ella estaba presente, y por qué se sentía tan desdichado al despertar para descubrir que todo había sido eso, sólo un sueño. Por qué aquella desconocida ocupaba sus pensamientos durante el día y le torturaba obligándole a compararla con Laila.
Desde el nacimiento de Rio, Laila había perdido esbeltez. Antaño su cintura era un fruncido en la redondez de sus curvas. Ahora ese frunce había desaparecido por completo y su cuerpo semejaba al de una botella que seguía una línea recta desde los hombros hasta las caderas. El resto de su fisonomía también había sucumbido bajo los efectos de la maternidad y, sobre todo, de los estragos causados por una alimentación descontrolada, fruto del descubrimiento de los bombones, dulces, turrones y demás manjares que Samuel encargaba a Guerrero para que los incluyera en el menú, con la intención de tomarlos como postre. Pero ella había cambiado los conceptos y comía a base de dulces, y una vez harta, tomaba otra cosa si le apetecía.
En cambio, la mujer de los sueños (de la que sólo sabía que se llamaba Monnie) era alta y esbelta. Quizá su aspecto aparentaba demasiada fragilidad, pero no le restaba encanto, más bien se lo añadía porque él tenía la sensación de que, si dejaba de cuidarla durante un solo instante, desaparecería de su vida o se rompería como si fuera una pieza de cristal valioso dejada a merced de lo que la suerte quisiera depararle.
Pero, sobre todas las cosas, la mujer de los sueños tenía los ojos más bellos que había visto jamás, y también los más extraños. Su forma exterior se asemejaba a la de una almendra dibujada a trazo firme, que a su vez enmarcaba dos grandes faros de color gris perla que brillaban con la intensidad del diamante.
Sonrió al pensar que su subconsciente había conseguido idear a una mujer perfecta, que no tenía cabida en el mundo real. Gracias a Dios, pensó, volviendo a mirar a Laila. Tal vez su mente había creado aquella compañera imaginaria para vengarse de los ataques de celos de Laila, que veía una rival en cada fémina que hablaba con él, sin importarle la edad ni el parentesco (sentía celos hasta de su madre Jerima, también de la difunta Melina y de cualquier otra de las que vivían en la casa) motivando discusiones que ya tenían una frecuencia diaria.
---Buenos días… ¿Llevas mucho tiempo despierto? ---preguntó Laila entre bostezos.
---Un buen rato…
--- ¿Esta noche tampoco conseguiste dormir?
---Al contrario, dormí bastante bien, mucho mejor de lo que es habitual en mí. Parece que las cosas vuelven a la normalidad porque ya estoy consiguiendo descansar tres o cuatro horas seguidas. ---contestó Samuel, escondiendo la mirada bajo un sentimiento de culpa que afloraba sin motivo, al fin y al cabo él no podía controlar el hecho de que su subconsciente le buscara una compañera imaginaria para suplir las carencias que tenía en el mundo real.
---Todo pasará, ya lo verás… Es normal que, después de lo que vivimos aquella noche, tu sueño quedase alterado. Lo mismo nos ocurrió a los demás, pero tu recuperación es más lenta debido a que te sientes responsable de todos nosotros y no tiene por qué ser así, ya que somos adultos y podemos cuidarnos solos.
Le sorprendió el buen carácter que presentaba su compañera aquella mañana. Decidió seguirle la corriente. Quizá poco a poco las aguas volverían a su cauce y aquella relación aún podía salvarse del naufragio.
---En cierto modo lo soy. Todo fue culpa mía por iniciar la revolución que os sacó de los barracones. Si yo no hubiera venido a Kimismo, vosotros seguiríais con vuestra vida de siempre y no os veríais en la necesidad de estar escondidos en este agujero…
---Y yo no te hubiera conocido, no sabríamos lo que es la libertad… ---interrumpió ella, utilizando un tono meloso y buscando la mirada huidiza de Samuel.
Él desconfiaba de la amabilidad de Laila porque últimamente ella le daba una de cal y otra de arena, así que decidió cambiar de tema para evitar entrar en intimidades.
---Han pasado varios días desde la muerte de Melina y tu madre parece estar lo suficientemente repuesta como para mantener una conversación. Debo hablar con ella para comenzar a investigar sobre lo ocurrido en la cueva. ---dijo, evitando el encuentro de miradas.
---Piensas que Magmalignus nos ha descubierto ¿verdad?
---Confío en que no haya sido él quien causó la muerte de Melina. De ser así, que Dios me ayude porque no sé cómo protegeros a ti y a los niños. Aunque no he gastado energía desde la última vez que estuve en La Gran Aura, aún me siento débil e incapaz de luchar contra él ---contestó, hablando para sus adentros.
--- Hemos tenido muy mala suerte, pero todo cambiará. Sé que estás empezando a recuperarte, lo noto en tu actitud...
--- ¡¿En mi actitud?! ---preguntó Samuel, temiendo que su comportamiento hacia ella hubiera cambiado en los últimos días y dejara entrever lo que estaba viviendo en sueños.
Laila pareció no darse cuenta del desasosiego que le habían causado sus palabras y continuó hablando para darle ánimos.
--- Desde que llegamos aquí todo tu mundo fue esta habitación, y hasta se podría reducir tu existencia solamente a esta cama, porque en ella has permanecido acostado día y noche. La tristeza, la falta de actividad y tu actitud de negarte a comer te fueron consumiendo poco a poco, pero la muerte de Melina te ha despertado. Aquel día volviste a ser tú, tomaste el mando de la situación. Ahora quieres investigar lo que ocurrió… A eso me refiero con lo del cambio de actitud.
--- ¡Ah! ---exclamó él, aliviado.
El orgullo afloró en la boca de Laila a modo de sonrisa.
---Ahora tengo que hablar con tu madre. También debo volver al interior de la cueva y recabar toda la información posible sobre lo que ocurrió aquel fatídico día, porque si fue obra de Magmalignus no se detendrá ahí. Significaría que nos ha descubierto y ha decidido eliminarnos uno a uno.
---Yo también estuve pensando en todo el misterio que rodea a esta extraña muerte y, después de mucho meditar, me quedaron muchas, muchísimas preguntas a las que no encuentro respuesta.
--- ¿Qué tipo de preguntas? ---interrogó Samuel con el ceño fruncido.
Laila se sentó en la cama para comenzar su explicación.
--- En primer lugar, si nos ha descubierto también habrá comprobado que somos muy vulnerables y que puede aniquilarnos a todos sin que tan siquiera tengamos tiempo a percatarnos del ataque. Entonces… ¿por qué asesinar solamente a uno, pudiendo terminar con todos a la vez? Haciéndolo de esta manera, uno a uno, corre el riesgo de que nos pongamos en guardia, huyamos a otro lugar o nos escondamos… y así le resultará mucho más difícil acabar con nosotros.
---Eso mismo pensé yo, pero con Magmalignus nunca se sabe… Quizá lo que le divierte es darnos caza poco a poco y mantener amedrentados a los que vayan quedando.
--- ¿Y por qué empezar por Melina? ¡Estábamos todos a su merced! Nunca hemos tomado ninguna medida de seguridad.
--- ¡Ahí sí que te doy la razón! Se supone que, de eliminar a alguno de nosotros, lo más inteligente sería comenzar por mí. ---contestó Samuel, con cierta presunción, al saberse el único que disponía de poderes para enfrentarse a Magmalignus.
---También están Rio y Guerrero. Ellos tienen poderes, al igual que tú. ---atajó Laila, para bajar a Samuel de la nube.
--- Pero ellos son pequeños. Magmalignus sabe que no están preparados aún y que no suponen más peligro para él que una mosca para un elefante.
---Bien, pues ya tenemos dos cuestiones sin respuesta en este extraño asesinato. ---repuso Laila.
---Yo tengo otra más… ¿por qué tanto ensañamiento? El cadáver de Melina estaba destrozado… ---dijo Samuel, tratando de evitar, sin éxito, que sus pensamientos se trasladaran al momento y al lugar de los hechos.
Melina yacía boca arriba y se la reconocía únicamente por las ropas que llevaba puestas y su enorme corpulencia. Su cabeza parecía un botijo de barro, con el cráneo hundido a ambos lados y, en la parte superior, una abertura por la que bullía sangre negra y espumosa mezclada con masa cerebral. La cara, donde antaño reinaban dos ojos saltones que de manera inexplicable sobresalían entre cúmulos de grasa, ahora era una masa informe, hinchada y abultada en la zona próxima al cuello. Ojos, boca y nariz habían desaparecido entre un amasijo informe de sangre y artea mezcladas en proporciones similares. Sus vestiduras estaban hechas jirones, rotas por múltiples sitios y debajo de cada rotura asomaba una herida causada en su magullado cuerpo.
Samuel, que tenía vocación de médico forense y cuando vivía en Madrid pasaba tardes enteras en la Biblioteca municipal empapándose de libros sobre esa materia (pero, no obstante, tuvo que renunciar a su vocación para complacer a sus padres, que veían en la Ingeniería Industrial la cima del éxito profesional y personal) había observado con detalle las heridas del cadáver, llegando a la conclusión de que todas ellas presentaban idéntica morfología. Le pareció que habían sido causadas por un instrumento que reunía las características de ser cortante y contundente a la vez (tal como un machete o algún otro objeto de dimensiones y peso considerable) porque los tejidos estaban seccionados, presentando contusiones y laceraciones. Además, los bordes de las heridas eran irregulares, lo que significaba que el instrumento mortífero era más bien burdo (quizás una simple piedra), y las paredes de la herida quedaban completamente abiertas, sin puentes de unión, como llamaban en medicina forense a los pequeños filamentos de carne que quedaban unidos en la herida. Eso le hizo pensar que el arma tenía unas proporciones considerables.
Todos los habitantes de la casa sostenían que tales heridas habían sido producidas por las garras de un animal o de algún monstruo que habitaba aquella cueva, pero Samuel estaba convencido de que esa teoría no tenía fundamento porque las garras hubieran actuado sobre el cuerpo ejerciendo presión y deslizándose posteriormente. De esa manera las heridas presentarían una cola de ataque (otro término forense para denominar el primer contacto de la garra con la herida) corta y profunda y, además, el trayecto de la garra sobre la carne dibujaría una cola terminal cuando perdiera el contacto con el cuerpo de la víctima. El cadáver tampoco presentaba desgarros ni heridas mutilantes. Samuel estaba convencido de que el arma empleada para cometer el crimen actuó por presión, asestándole golpes mortales, y manejada por una fuerza viva, tuviera o no aspecto de monstruo.
--- ¿Para amedrentarnos aún más? ---preguntó Laila, subiendo el tono de voz, al ver que Samuel se había quedado ensimismado, dejando su rafai a medio vestir formando un ovillo entorno a sus pies.
--- Tal vez… Iré a ver a tu madre. Ella estaba con Melina cuando ocurrió todo y seguro que tiene más información de la que nos dio en su momento.
Samuel subió el rafai hasta la cintura, enfundó los brazos y cerró la parte delantera. Cada vez que se cubría con aquella vestimenta, tan cómoda y fácil de usar, recordaba sin añoranza el incómodo traje que estaba obligado a vestir cuando trabajaba en la factoría de coches en Madrid. Allí las ropas estaban diseñadas para disfrute de los observadores, que se deleitaban viendo a los demás trajeados, planchados e impecables, sin dar importancia a la comodidad de quien tenía que llevarlas durante todo el día. ¡Y aquellos zapatos de tacón con los que las mujeres torturaban sus pies! Eran un objeto fetiche que deleitaba la vista de cualquier observador tanto como hacía la vida imposible a su porteadora. A pesar de sentirse humano y estar orgulloso de serlo tenía que reconocer que, en lo que a vestimenta se refiere, los kimismanos eran mucho más prácticos.
Siguiendo la costumbre instaurada durante los años de convivencia, se acercó a Laila y le propinó un beso en la mejilla, rápido y mecánico, antes de salir en busca de la verdad, que suponía le estaba esperando en la habitación de Jerima.
La habitación colindante a la suya (por la derecha) era la de Andón y Jerima, los padres de Laila, que la compartían con Amenu y Djama. Una pequeña puerta daba acceso a los escasos ocho metros cuadrados que ocupaba la estancia.
Samuel dio dos pequeños golpes con los nudillos, a la espera de recibir la confirmación para entrar.
--- ¿Quién es? ---preguntó Jerima
---Soy Samuel. Me gustaría hablar contigo, si consideras que el momento es adecuado, de lo contrario vendré más tarde.
---Entra.
Para recibirle, Jerima se había sentado precipitadamente a la orilla de la cama y trataba de ajustarse el rafai para cumplir con el mínimo decoro.
--- ¿Dónde están los demás? ¿Ya bajaron a desayunar? ---preguntó Samuel.
---Sí, se levantan muy temprano. Al igual que yo, ellos tampoco pudieron dormir esta noche. Después de lo que ha sucedido…
Samuel agradeció que ella le tendiera un puente directo hacia el tema de conversación, porque no sabía cómo iniciarlo.
--- Precisamente de eso vengo a hablarte. Necesito que me cuentes con todo detalle lo que pasó aquella tarde, desde que te encontraste con Melina hasta el momento de su muerte.
--- ¿Por qué quieres recrearte con algo tan trágico? A mi me ha tocado vivirlo y con que lo sufra yo es suficiente… ---contestó ella, sin apartar la vista del suelo.
---No, no es suficiente. No se trata de recrearme ni de buscar detalles morbosos, pero es evidente que algo o alguien ha asesinado a Melina. Y ese algo o alguien repetirá su fechoría si no le detenemos. Cualquiera de nosotros puede ser el siguiente. No vengo a preguntarte por capricho, sino para tomar acciones en defensa de todos los que estamos aquí. Tengo dos hijos y mi deber es velar por su seguridad.
Jerima se perdió durante unos instantes en el rostro serio y preocupado de Samuel, luego escondió la mirada y suspiró como si la vida se le escapara por la boca. Estaba tan encogida e indefensa que él sintió remordimientos al someterla a preguntas que le harían revivir su tragedia.
---Pregúntame lo que quieras. Si es por la seguridad de todos… ---contestó con voz casi inaudible, resignada a colaborar aún en contra de su voluntad.
Samuel tomó asiento en el borde de la cama y recogió las manos sobre el regazo. No había preparado el interrogatorio y dudó unos instantes sobre cuál sería la forma correcta de abordar el asunto, entrando en la temática principal con la delicadeza que la situación requería. Tras un tiempo de silencio decidió explorar el extrarradio antes de adentrarse en el núcleo.
--- ¿Ibais a menudo Melina y tú al interior de la cueva? ---preguntó, con tiento, al ver que ella se sentaba a su lado en el borde de la cama, encogida, con la vista clavada en el suelo, indefensa, frágil y resignada a someterse al indeseado interrogatorio.
--- Como tú bien sabes, ella y yo somos… éramos amigas y, a veces, nos gustaba aislarnos del grupo para estar solas y tener ocasión de hacernos confidencias. Eso no significa que tuviéramos grandes secretos que contar. En realidad sólo se trataba de pequeños problemas cotidianos que trae la vida en pareja, preocupaciones por los hijos y otros por el estilo. Confiábamos la una en la otra, eso era todo…
Jerima hizo una pausa y buscó la mirada de Samuel.
---Continúa. ---se limitó a decir él.
--- Aquella tarde observé que ella estaba triste y pensativa. La conocía de toda la vida, por eso supe de inmediato que algún problema rondaba por su cabeza. Después de comer vi que subía sola a su habitación y decidí seguirla para ofrecerle mi ayuda. Llamé a su puerta, pero ella no me invitó a pasar, sino que desde el interior me contestó que se encontraba un poco mareada y quería descansar. Yo sabía que era una excusa, así que insistí. Ella aplazó la confesión de sus problemas diciendo que hablaríamos después, cuando hubiera descansado un poco. Yo esperé impaciente, sentada en el sofá de la entrada. Cuando la vi aparecer en lo alto de la escalera contacté con ella por telepatía para saber cómo estaba y ofrecerme para conversar sobre el tema que tanto parecía preocuparle. Ella agradeció el apoyo que yo le ofrecía y me manifestó su deseo de hablar, pero dijo que no podía ser en el interior de la casa, pues alguien podía escucharnos o interceptar nuestra conversación. Parecía tener un problema realmente grave que, además, debía mantenerse en secreto. Ni siquiera su pareja e hijos debían saberlo, según me confesó.
--- ¿Y eso lo hacíais a menudo? Quiero decir… adentraros en el interior de la cueva para hablar. ---interrumpió Samuel.
La pregunta sorprendió a Jerima. Ella le estaba contando que algo grave le ocurría a Melina aquella tarde, y él se limitaba a interrumpir preguntando una nimiedad. Pero la intención de Samuel era averiguar si la visita de ambas al interior de la cueva era casual o, por el contrario, iban todos los días y en horario regular. Así determinaría también si la presencia del asesino era fruto de la casualidad, o había establecido una vigilancia previa y sabía que sus víctimas estarían allí en ese momento.
---Fue la primera vez. Siempre hablábamos en su habitación o en la mía. ---contestó ella, claramente malhumorada.
---Sigue, sigue contando… ---animó Samuel.
---Salimos al exterior, ella giró a la izquierda en dirección al pasadizo que separa la casa de la pared de la cueva. Yo la seguí, creyendo que íbamos hacia la parte posterior de la casa, donde podríamos hablar con la seguridad de que no habría nadie escuchando. Pero ella no se detuvo y, cuando vi que se adentraba en la cueva, le pregunté hacia dónde nos dirigíamos. Ella me contestó que íbamos a un lugar más seguro, donde no existiera ninguna posibilidad de que alguien nos escuchara. Caminaba con paso rápido y yo la seguía con dificultad, haciendo constantes paradas para tomar aliento y decirle que ya estábamos suficientemente lejos, que allí nadie podría oírnos, que por favor se detuviera. Pero ella seguía corriendo, sin dar muestras de cansancio. De vez en cuando se paraba, miraba hacia atrás y me decía “¡Vamos, que aquí hasta las paredes tienen oídos!”. Después se giraba repentinamente y continuaba corriendo. Mi fatiga iba en aumento y ella cada vez me sacaba mas distancia, hasta que…
--- Tranquilízate, aquí estás a salvo, pero es necesario que yo cuente con todos los detalles.--- dijo él al ver que su suegra detenía el relato para estallar en temblores y sollozos.
Un tiempo de silencio, interrumpido por constantes suspiros, amenazaba con acabar con la narración de los hechos. Jerima temblaba y Samuel se sentía culpable por traer de vuelta tan desagradables recuerdos.
---Después todo pasó muy rápido… ---continuó, usando la telepatía porque las emociones habían secado su garganta y no le permitían articular palabra.
---Trata de recordar… ---transmitió él, sintiéndose un ocupa que invadía la voluntad de Jerima usurpándole el derecho a olvidar.
---Como te decía… todo pasó muy rápido. Yo la seguía a varios pasos de distancia. De pronto vi… ---Jerima tragó saliva para pasar los recuerdos--- vi algo blanco que salía del lado derecho, traspasando la pared de la cueva. Era como un espectro informe que se abalanzó sobre ella. Después escuché un grito desgarrador y, cuando quise reaccionar, la “cosa blanca” había desaparecido y Melina estaba en el suelo, inmóvil. Me acerqué a ella, comprobé que estaba muerta y mis piernas, movidas por el miedo, hallaron fuerzas para llevarme hasta la casa y pedir auxilio.
---Trata de recordar cómo era la “cosa blanca” que viste… ¿qué forma tenía?
Jerima aplacó el llanto y dudó antes de responder.
--- Era como nosotros ---dijo sin demasiada convicción---, pero se movía con una rapidez asombrosa. Salió de la nada y desapareció casi por arte de magia. Y esa blancura… brillaba como un faro en medio de la oscuridad de la cueva.
--- ¿No dijiste que era informe?
Jerima irguió el talle y mostró expresión de desconcierto.
---Eso me pareció en principio pero ahora, recordando con más detalle, estoy segura de que era como nosotros. ---explicó.
A Samuel no le resultaban nada convincentes las explicaciones que estaba recibiendo. Parecían fruto de la improvisación.
---Entonces… ¿Melina no tuvo tiempo de reaccionar? ---preguntó.
---En absoluto, todo sucedió muy deprisa. ---contestó ella, dando una palmada con sus manos para indicar que ese era el tiempo que había durado el ataque.
---Y esa figura… ¿era delgada, obesa, normal? Tú has dicho que tenía una forma como la vuestra, pero sabes que todos sois diferentes, sirva de ejemplo el compararos a ti y a Melina. Ella era muy corpulenta y tú eres delgada. ¿Cómo era la figura de la cueva?
---Delgada, era muy delgada.
Samuel volvió a tener la sensación de que ella pretendía desconcertarle y contestaba a sus preguntas sin pensar la respuesta, diciendo lo primero que se le pasaba por la mente.
--- ¿Viste que usara algún arma, que llevara algo en las manos?
---Ahora que lo preguntas… ¡llevaba una piedra en la mano izquierda! Debió usarla para hacerle los cortes a la pobre Melina.
--- ¿Sabes si murió en el acto o estaba aún viva cuando llegaste hasta ella?
---Murió en el acto ---contestó, sin pensar---. Yo me acerqué para ayudarla pero, al ver que no hablaba ni respiraba, abandoné el lugar inmediatamente para pedir ayuda.
Las respuestas que estaba recibiendo no le convencían y tenía la certeza de que ella estaba inventando cosas para terminar lo antes posible y dar el tema por zanjado. Decidió aplazar el interrogatorio para otro momento.
---Vamos a dejarlo por hoy, pero seguramente necesitaré más detalles y tendremos que volver a hablar. De todos modos, si te acuerdas de algo más, dímelo. Es muy importante para la seguridad de todos. ---dijo Samuel en tono de agradecimiento, mientras depositaba un rápido beso en la frente de Jerima.
--- Ayudaré en lo que pueda, aunque es muy difícil para mí tener que recordar aquel fatídico día una y otra vez.
---Lo sé ---contestó Samuel desde el alfeizar de la puerta, ofreciéndole una sonrisa cómplice.
Aquello no pegaba ni con cola, pensó mientras se dirigía a su habitación para tratar de casar las piezas de tan complejo puzzle.
¿Qué secreto tan importante podría guardar Melina como para querer adentrarse en lo más profundo de la cueva para evitar escuchas? Se había hablado mucho sobre lo que ella hizo aquella fatídica tarde y, al parecer, todos la vieron subir a descansar a su habitación después de la comida. También vieron a Jerima sentada en el sofá de la entrada en actitud de espera, que terminó cuando Melina salió de su habitación y abandonaron la casa juntas. Se trataba de información contrastada que Samuel daba por cierta.
Algo rondaba en la cabeza de Melina. Algo grave, inconfesable, y había decidido confiar en su única amiga para compartirlo lejos de posibles escuchas indiscretas.
Samuel no se calificaba a sí mismo como una persona observadora, sino mas bien todo lo contrario, se consideraba muy despistado; pero llevaba viviendo entre ellos el tiempo suficiente como para saber que su suegra y Melina trataban de aparentar cierta amistad, pero en realidad no hacían muy buenas migas, o eso le parecía a él. Era cierto que, en algunas ocasiones, las había visto alejarse de los demás para hablar en privado pero, observando sus ademanes y gestos, no parecían muy amigables, sino que más bien daba la sensación de que se encontraban inmersas en una discusión.
Otro punto dudoso era la distancia a la que apareció el cadáver. Por las explicaciones que había dado su suegra, se deducía que habían caminado un buen trecho. Ella había dicho que siguió a Melina mientras sus piernas lo permitieron, pero varias veces se había quedado rezagada y Melina tuvo que hacer constantes altos en el camino para animarla a que la siguiera. Samuel había sido de los primeros en llegar al lugar del crimen y pudo comprobar que el cuerpo se encontraba a unos cien metros de la casa, una distancia que no daba para tantos altos en el camino. Salvo que ese algo o alguien que la había asesinado se tomara la extraña molestia de acercar el cadáver a la casa mientras Jerima corría a pedir auxilio. Conjetura que parecía improbable porque él mismo se había adentrado varios metros más en la cueva, en busca de algún arma o instrumento capaz de obrar aquellos espeluznantes cortes, y no había observado rastros de sangre hacia el interior. Además, los cortes que presentaba el cadáver y la sangre que lo rodeaba hacían pensar que, en caso de ser transportado, habría dejado un reguero negro en el camino. En la inspección que hizo el mismo día del crimen no encontró ni rastros de sangre ni el arma homicida.
Por otro lado estaba lo que Jerima llamaba la “cosa blanca”. Ese “algo” que había aparecido de repente, matando a Melina en un abrir y cerrar de ojos, se había ensañado haciéndole aquellos cortes por todo el cuerpo y había desparecido en menos de un segundo, a juzgar por el gesto rápido que hizo ella con las manos para explicar el espacio de tiempo en el que había transcurrido todo.
Teniendo en cuenta todos esos datos, se planteaban dos posibles hipótesis.
La primera de ellas era que, si el asesinato tenía una base lógica (y para él esa base lógica era que hubiera sido cometido por alguien de la casa), entonces al puzzle que estaba tratando de encajar le faltaban las piezas principales, conformadas por secretos que formaban parte de la vida de aquellas gentes y que él desconocía.
En el transcurso de los pocos años que llevaba conviviendo con ellos pudo comprobar que Melina no había cultivado enemistades, sino que más bien era una persona afable, siempre dispuesta a la colaboración, por lo que resultaba difícil suponer que tuviera enemigos entre los presentes. Pero, aunque así fuera, en el caso de que existieran enemistades y secretos ocultos, capaces de incitar a alguien de la casa a planear su asesinato, resultaba absurdo que lo hiciera en presencia de Jerima, pensaba Samuel tratando de imponer la lógica para esclarecer aquel extraño asesinato.
Pasó a sopesar la segunda hipótesis.
Si todo ocurrió tal y como había relatado Jerima, y aquella “cosa blanca” era el asesino, había un porcentaje altísimo de probabilidades de que Magmalignus estuviera detrás del crimen.
Aunque esa segunda posibilidad no encajaba en la mente de Samuel porque se presentaba envuelta en multitud de interrogantes. ¿Por qué atacar sólo a uno de ellos, teniéndoles a todos a su merced? ¿Por qué permitir que se pusieran en guardia, pudiendo sorprenderles?
Era consciente de que, si Altrus era el autor, para obtener respuesta a tales preguntas sería necesario descender al subsuelo de la maldad y explorar las alcantarillas que surcaban la mente de Magmalignus. Algo que resultaba del todo imposible, pues sería factible adivinar lo que tramaba una mente bondadosa, pero nunca podría llegar a imaginar los planes de alguien que había hecho de la perversidad su estandarte. Rebuscando entre las opciones más retorcidas, la que cobraba más fuerza era que Altrus pretendía divertirse jugando con ellos al gato y al ratón, dándoles caza y muerte uno a uno, mientras los demás esperaban dentro de su jaula, atemorizados, hasta que él viniera a por el siguiente.
En todo caso, había llegado a la conclusión de que era urgente prepararse para el siguiente ataque, que tendría lugar sin duda alguna, y quizá muy pronto. Tanto si era obra de Magmalignus como si tenían un demente viviendo en la casa, volvería a actuar con total certeza.
El peligro había encendido la señal de alarma en su mente y se movía con fuerzas renovadas. Salió apresurado de la habitación, rumbo a la escalera que bajaba al primer piso. Programaba una reunión urgente para buscar soluciones y contrastar propuestas con el fin de hacer frente al enemigo que acechaba desde la oscuridad.
Instintivamente se detuvo en lo alto de la escalera, esperando algún tipo de ruido que le guiara hacia el lugar donde se encontraban los demás, pues no quería desperdiciar ni un segundo buscándoles por la casa. El rumor de conversaciones, que aún mantenían un tono demasiado bajo en señal de luto, llegó hasta sus oídos atravesando la puerta de la cocina. Hacia allí se dirigió, saltando los peldaños de dos en dos, e irrumpió como un huracán en la tranquilidad de los que se reunían en torno a unas tazas humeantes y un dulce recién hecho.
--- ¡Atención todos! ¡Venid al salón! Es importante y urgente. ---gritó Samuel nada más abrir la puerta de sopetón.
No se detuvo a esperar preguntas ni a escuchar impedimentos, sino que dio media vuelta y se dirigió al salón para esperarles allí. Eligió el sofá que consideraba más cómodo y tomó asiento con toda naturalidad, como si la parte más complicada del camino hubiera sido tomar la decisión de iniciarlo, y ahora sólo quedara la parte más sencilla, caminar.
Enseguida comenzaron a llegar, con una urgencia que se cortaba de repente tan pronto cruzaban la puerta para encontrarle cómodamente sentado en el sofá y con el semblante tranquilo.
--- ¿Qué ocurre? ---era la pregunta que se repetía cada vez que alguien entraba.
---De momento nada más que lo que ya ocurrió, y lo considero motivo suficiente como para reunirnos con el fin de adoptar medidas de seguridad para protegernos. Tomad asiento y escuchad mi propuesta. ---dijo Samuel, haciendo un ademán con la mano para invitarlos a que se acomodaran.
Sin hacer comentarios, pero con ceremonia y muestras de respeto concordantes con la situación, fueron cubriendo los huecos que quedaban libres en los cuatro sofás que llenaban la estancia como único mobiliario del salón.
Cuando cesó el murmullo de rafais rozando la tela de pana marrón que enfundaba los sillones, Samuel tomó la palabra para explicar los hechos ocurridos días atrás, ya conocidos por todos. La expectación aumentó cuando añadió a la historia la información que había recabado de la única testigo presencial, cuya versión nadie más se había atrevido a preguntar, no por falta de curiosidad, sino por respeto. Y ahora suponía una auténtica novedad envuelta en morbo.
Terminó su exposición de los hechos dejando patente la suposición de que lo ocurrido era obra del mismísimo Magmalignus, quien había descubierto que aún seguían con vida y había decidido aniquilarlos uno a uno para ocasionarles el mayor sufrimiento posible.
Obvió hacer comentarios sobre las dudas que tenía respecto al asesinato, las piezas que no cuadraban y la ausencia de lógica que rodeaba todo aquel turbio asunto. Prefirió optar por la versión que parecía más creíble, y también la menos alarmante porque, al fin y al cabo, si el asesino estaba en esos momentos sentado en aquel salón, no era conveniente hacer patentes tales sospechas, porque causarían una desconfianza que haría imposible la convivencia en la casa e imposibilitaría el descubrimiento de un criminal ya puesto sobre aviso.
--- ¿No os parece muy extraño que Magmalignus atacara a Melina aquel día y que desde entonces no volviese a ocurrir nada extraño? Además… ¿por qué asesinar sólo a uno de nosotros, pudiendo terminar con todos de un plumazo? ---preguntó Zetu tan pronto Samuel terminó la explicación.
Zetu abrió la veda a un tiempo de preguntas y respuestas que no había sido propuesto porque Samuel no quería que comenzaran las cavilaciones, ya que suponía que sólo les llevarían hacia enfoques distorsionados de los hechos y dificultarían la toma de decisiones.
--- ¡Eso mismo pensé yo! ---exclamó Andón, levantando la voz para adelantarse a todos los demás, que ya habían abierto la boca para opinar y se quedaron a medio camino---. Esta muerte no parece obra de Altrus, sino de algún tipo de bestia que habita esta cueva.
--- ¡Estoy de acuerdo con él! ---proclamó Zetu, señalando a Andón con la mano a través de un movimiento enérgico, propio de su elevada estatura y complexión atlética.
Y ocurrió lo que más temía Samuel. Empezaron las conjeturas, el miedo opinaba por boca de los allí reunidos y, en definitiva, cada uno comenzó a planear disparatadas acciones individuales para defenderse de futuros ataques.
---Escuchad todos… ---dijo Samuel, mientras trataba de captar la atención dando palmadas para aplacar el murmullo que inundaba el salón.
---Supongamos que el asesinato lo cometió una bestia que habita en esta cueva, tal y como defienden Andón y Zetu ---prosiguió cuando los comentarios cesaron y estaba seguro de tener la audiencia toda él---. ¿Con qué objetivo ataca una bestia?
Dejó la pregunta en el aire, pero no obtuvo más respuesta que el silencio colectivo.
---Con la finalidad de alimentarse ¿verdad? ---continuó tras la leve pausa---. Pero al cuerpo de Melina no le faltaba ni un bocado, muchos de vosotros sois testigos de lo que estoy diciendo. Sin embargo tenía cortes por todo el cuerpo. Cortes lineales y profundos, que coincidían exactamente con las roturas de su vestimenta. Esto nos hace suponer que fue el golpe propinado en la cabeza lo que le ocasionó la muerte y los cortes se los hicieron después, cuando el cadáver ya estaba en el suelo. Pensad, es absolutamente imposible que esas hendiduras se hayan realizado cuando ella estaba aún en pie y viva. Sencillamente porque, al caer al suelo, las rasgaduras de la ropa no coincidirían exactamente encima de la herida. ¿Existirá algún animal capaz de apuñalar a un cadáver?
“¡Tiene razón!”, “¿cómo no reparamos en eso?”, “yo sí que lo había pensado”, “yo también” eran los comentarios más generalizados, que volvieron a llenar la sala de murmullos.
---Si como todo apunta fue obra de Magmalignus… entonces estamos perdidos. ¡Tenemos que huir inmediatamente! ---propuso alguien desde el fondo del salón.
--- ¡Tienes razón, deberíamos marcharnos ahora mismo! ---contestó Zetu, estirando al máximo sus diminutos ojos.
---Yo voy a coger algo de ropa y nos vamos. ---dijo alguien más de entre los presentes.
--- ¡Calma! ¡Calma! ---gritó Samuel para acaparar otra vez la atención de los exaltados---. Nadie va a ningún lado. ¡Ya está bien de escapar! Lo que Magmalignus pretende es que cunda el pánico, que nos dividamos y que huyamos cada uno por su lado. Así le resultará tan sencillo acabar con todos nosotros como lo fue asesinar a Melina en el interior de la cueva. Os aseguro que si permanecemos unidos y le hacemos frente no volverá a atacarnos. ¡No os dais cuenta de que nos tiene miedo! De lo contrario no acometería ataques individuales, amparados por la oscuridad de la cueva, sino que vendría directamente a buscarnos a esta casa.
--- ¿Qué propones que hagamos? ---preguntó Andón
---He pensado en recurrir a algo muy sencillo: montar guardias por turnos.
La sorpresa fue generalizada. Esperaban algo más propio de los poderes sobrenaturales que le habían sido otorgados. Montar simples guardias parecía un recurso cualquiera.
Samuel siguió hablando, a pesar de los gestos despectivos que los presentes no conseguían disimular y afloraban en sus caras.
--- La casa tiene dos laterales expuestos: el orientado al exterior y el que se encara al interior de la cueva. Por cualquiera de los dos lados pueden venir los ataques. Uno de nosotros vigilará el lateral exterior y otro el interior, con relevos cada diez horas. Somos once los que estamos capacitados para este trabajo, por lo tanto hay que hacer un cuadrante para los turnos de vigilancia y exponerlo en la puerta de entrada de la casa. Así cada uno sabrá cuándo y dónde le toca hacer la guardia. Por supuesto, ni que decir tiene que las vigilancias se mantienen día y noche. Si alguien ve algo extraño, por nimio que parezca, contactará conmigo por telepatía. Yo estaré preparado para actuar inmediatamente.
--- ¿Y por qué no instalas otro centro de energía, como hiciste cuando liberamos Candai? Así no podrán acercarse… ---propuso Djama tímidamente, como quien teme exponer algo con el que bien pudiera ganarse el calificativo público de vaga.
A los demás se les iluminó la mirada, a la espera de una respuesta afirmativa por parte de Samuel.
---También he pensado en eso y, desde luego, sería mucho más cómodo para todos. Pero el campo de energía está formado por ondas electromagnéticas que quedan atrapadas entorno al objeto protegido por medio de un agujero negro también electromagnético que se encarga de evitar que estas ondas se propaguen por el espacio, pero eso no impide que sigan emitiendo radiaciones. Y algunas de estas ondas tienen pulsos que se repiten a intervalos de miles de kilómetros, por lo que bien podrían interferir en las comunicaciones de Altrus y ser las causantes de que él detecte nuestra presencia; porque también hay que valorar la posibilidad de que Altrus aún no sepa que estamos aquí y el asesinato de Melina haya sido obra de seres que habitan en esta cueva, cuyas intenciones no sean la obtención de alimento, sino otras mucho más perversas aún. Como cabe una mínima posibilidad de que Altrus aún no nos haya descubierto, debemos tomar precauciones para que siga siendo así.
Samuel sabía que se estaba moviendo en un terreno pantanoso al plantearles también la posibilidad de que no fuera Altrus el autor del asesinato. Primero había defendido la versión de que había sido él y en esos momentos estaba dando un nuevo enfoque para explicar los hechos, que ponía en duda esa primera aseveración. Pero en ningún caso quería que los allí presentes empezaran a sopesar la posibilidad de que el asesino era alguien de la casa.
---No entendí nada, pero seguro que tienes razón ---contestó Djama bromeando.
---Zetu, encárgate tú de preparar los turnos de vigilancia. Empezaremos hoy mismo.
Samuel quería desviar el rumbo de la conversación.
--- ¿Cuántos dijiste que éramos?
--- Once. Excluimos a Amenu, Djama y a los dos niños.
--- ¿Y tú?
---Yo también haré vigilancias, como los demás.
Todos se sorprendieron gratamente. Sabían que, aunque Samuel no era un líder al uso, tampoco era común que él entrara en el reparto del trabajo.
Amenu y Djama rompieron el asombro generalizado con sus protestas porque habían quedado fuera de las vigilancias con la excusa de su avanzada edad y querían ser útiles como los demás, pero nadie les escuchaba.
---Empezaremos mi hija Malu y yo. Cubriré la parte exterior y ella la interior. Las siguientes diez horas les toca a mis hijos Anti y Selu. Los siguientes los designaré tan pronto tenga tiempo. ¡Estaros atentos al cuadrante que dejaré en la parte interior de la puerta de entrada! ---manifestó Zetu, ya de pie y en disposición de ordenar el trabajo para el que había sido designado.
Samuel se retiró otra vez a su habitación, dejando el salón envuelto en un murmullo de dudas.


5. LA PLANTA FANGUT

Decía Frec, y no exento de razón, que la planta fangut era una dama que vendía muy caros sus favores. Él aprovechaba cualquier ocasión para fundamentar su comparación, permitiéndose incluso aconsejar a sus oyentes que no se equivocaran al considerarla la reina de la flora por su capacidad de proporcionar alimento completo en vitaminas, proteínas y minerales, porque la “reina” exigía a sus súbditos una vida de dedicación completa a cambio del alimento que les daba. Y, por si fuera poco, esa vida dedicada debía transcurrir en la oscuridad, porque ella no admitía competencia ni aceptaba convivir con ninguna otra especie vegetal. Eran tan grandes su prepotencia y orgullo, que hasta rechazaba los rayos de Asten y no los necesitaba para vivir.
La realidad era que la planta fangut había sido creada por Magmalignus para la ocasión (o más bien modificada en sus laboratorios a partir de otra planta muy común en Atia). Su perversa mente pasó largas noches en vela, cavilando hasta que encontró manera de causar el mayor daño posible a aquellos que no renegaban del Rey Kiyama. Desechó de antemano cualquier forma de asesinato porque, por mucho que lograra prolongar la agonía, al final llegaría la muerte, y con ella el fin del sufrimiento y el divertimento de verles padecer.
Una gran carcajada acompañó a la luz que trajo a su malvada mente la idea de regalarles una vida eterna envuelta en sufrimientos que jamás tuvieran fin. Necesitó pasar algunas noches más en vela para hallar la forma de mantenerles con vida dentro de una cueva, en perfecto estado de salud y sin que envejecieran un solo día más. Una vez ideado el siniestro plan, la puesta en práctica vino de la mano de sus biólogos, muy capacitados y con un gran laboratorio a su disposición, dotado de los últimos avances tecnológicos.
Para llevar a cabo sus planes era necesario encontrar una forma de alimentación que fuera capaz de mantenerles sanos durante toda la eternidad. Y la elegida fue una planta común (más bien vulgar por la ausencia de belleza en su forma, su falta de colorido y carencia de flores que la adornaran) que crecía en las agrestes rocas que rodeaban el inmenso palacio. En el laboratorio obraron el milagro de transformarla en una esbelta planta de tallo largo y blancas hojas carnosas con veteados en color amarillo pálido, cuya vida no dependería de la luz, sino de la oscuridad. La bautizaron con el nombre de “fangut”, que en kimismano significaba “reina de la noche”.
Su función de fotosíntesis fue modificada. Podría prescindir de la energía que obtenía de Asten y abastecerse de la que absorbería en el interior de la cueva, procedente de La Gran Aura, que llegaría hasta ella en pequeñas cantidades pero suficientes para permitirle su crecimiento.
Además, sufrió una modificación genética que la dotó de capacidad para producir todos los nutrientes necesarios para la vida, de tal forma que aquellos que la consumieran no tendrían ningún tipo de carencia alimenticia.
El fangut tenía la capacidad de sintetizar la energía procedente de La Gran Aura (que iluminaba la cueva presentándose en forma de leve luz de tono rojizo). Esa energía pasaba a las hojas de la planta, constituyendo la continuación del “tratamiento” para no envejecer.
Los habitantes de la cueva no lo sabían, pero bastaría con que dejaran de alimentarse de hojas de fangut durante un año para que la maldición que les obligaba a vivir eternamente dejara de tener efecto. Pero Altrus sabía que su condena estaba asegurada, sencillamente porque en la cueva no había ninguna otra forma de alimentación. Aunque, por si acaso a alguno se le ocurría dejar de comer para terminar con su eterna vida, activó una función en sus cerebros que daba la señal de alarma cuando pasaban más de tres porciones de tiempo sin ingerir comida. Esa alarma consistía en anular la voluntad del individuo de tal manera que comer fuera lo prioritario. Era una especie de síndrome de abstinencia al que no había voluntad que se resistiera.
Como “reina” que pretendía ser, la planta fue dotada de un reino y unos súbditos que le rindieran pleitesía. El reino era la gran cueva que surcaba las entrañas de la cordillera formada por pequeñas montañas que se extendía al norte de Candai. Y los súbditos no eran otros que los desafortunados que habían resultado absueltos de la pena de muerte y congraciados con una vida eterna. Fueron privados de las muchas alegrías materiales e inmateriales que sin duda les proporcionaría su anterior vida finita para pasar a cumplir el sueño de todo mortal que, según Altrus, era alcanzar la inmortalidad sin envejecer, pero a cambio debían dedicar su vida al cuidado de aquella planta, que no podía ser más exigente y caprichosa en cuanto a atenciones se refiere. Cada día exigía ser regada con cuatro (y sólo cuatro) gotas de agua fresca, recién traída del manantial que surcaba la cueva. Si la mano del cuidador se abría y eran cinco las gotas que le proporcionaba, se secaría por exceso de riego. Si el cuidador era tacaño y pretendía despacharla con sólo tres gotas, se secaba también, pero por defecto en el regadío. Además, cada noche, un tallo delgado con forma de filamento se empeñaba en crecer en el centro de su corona de hojas. Debía ser extirpado durante el día siguiente con un corte limpio, sellando la cicatriz con artea. Si no se observaba ese cuidado, la planta se vengaba dejando secar todas sus hojas y privando al jardinero de su comida para varios días, porque el fangut premiaba la dedicación y la fidelidad ofertando cuatro grandes y carnosas hojas, capaces de proporcionar comida suficiente, durante al menos cuatro o cinco días, para una familia de tamaño medio, como la de Monnie.
Frec había distribuido el trabajo de la familia de tal manera que todos tuvieran ocupación, reservándose para si mismo la parte más técnica y complicada pues, según él, con la comida no se jugaba y las labores importantes (aquellas de las que dependía la subsistencia familiar) debían estar en manos de alguien responsable y capacitado. Casualmente esas tareas también eran las menos laboriosas. Así Frec pasaba la mayor parte de la jornada sentado (programando el trabajo, según decía él) sobre una especie de cojín de hojas secas, que Amand había confeccionado con esmero para servir de base a las delicadas posaderas de su hijo. Mientras tanto, Monnie y su madre debían hacer diariamente cientos de viajes de ida y vuelta al riachuelo para llenar sus cuencos de agua, acercarlos a lugar donde esperaba Frec cómodamente sentado, introducir la pequeña rama seca, sacarla empapada en agua y dársela a Frec para que se encargara de hacer los honores de depositar las cuatro gotas junto a la raíz del fangut.
Pero, a pesar de la holgazanería de su padre, Monnie se sentía afortunada cuando se comparaba con cualquiera de las otras tres familias que habitaban la “gran cueva”. Era cierto que Frec era todo aquello que podía recibir el calificativo de caradura, insolente y vago; pero las cosas hubieran sido más difíciles aún de haber tenido unos padres como Portio y Aurea, porque no podría dedicar ni un instante a la exploración de los alrededores, pues la insaciable ambición de ambos les obligaba a trabajar de continuo para adueñarse de la mayoría de los terrenos, dedicando mucho tiempo a los trabajos de expansión de los campos.
Desde que un día, por casualidad, Portio había descubierto que el filamento que crecía en el centro de la corona de hojas del fangut se convertía en otra planta con sólo introducir su cresta en la artea, era tal su ansia de riqueza que, aunque ya tenían más extensión de la que podían trabajar en condiciones normales, seguían restando cada vez más tiempo al sueño para dedicarlo a expandir sus campos. La jornada laboral se les había quedado pequeña y no les daba tiempo a cuidar las plantas de su vasta extensión de terrenos, por eso las jornadas dedicadas a la expansión tenían que robarlas al sueño, porque sus campos de cultivo aumentaban y aumentaban sin cesar, requiriéndoles cada vez más dedicación.
En el caso de Portio y Aurea, el ansia de posesiones había ganado el pulso a la razón y, aunque ya tuvieran campo bastante, jamás llegarían a tener suficiente, pues la ambición es una bestia de apetito voraz e insaciable.
En el polo opuesto estaba la familia de Anex, Josan, Ire y Dram, quienes subsistían como podían, unas veces ayudados por la suerte y otras por la compasión ajena. Los cuatro niños (bien organizados dadas las circunstancias) se ocupaban de su pequeña plantación de fangut, que no crecía porque ellos jamás se dedicaban a tareas de expansión y consideraban suficiente trabajo el que hacían para cuidar la que les había tocado en suerte cuando se hizo el reparto. Sus campos tenían el mayor índice de plantas muertas, principalmente por descuido en el riego. Su madre, Soccie, alegaba todo tipo de problemas de salud para evitar el cuidado de sus hijos, de la plantación y de cualquier otra cosa que no fuera permanecer el día entero acostada en su siara. Los ánimos del padre también oscilaban por días, e incluso por momentos dentro del mismo día. Había instantes en los que se sentía pleno de vitalidad y se convertía en un trabajador incansable, pero eran mucho más frecuentes los momentos en los que se encontraba demasiado cansado para trabajar y alegraba sus penas sentándose a cantar en el exterior de la casa.
El caso de Llui tampoco era más afortunado. Aunque pertenecía a una familia cuyos padres podrían calificarse dentro de los parámetros de la normalidad, su hermana Gonza (un bebé que jamás dejaría de serlo) la mantenía ocupada en su cuidado mientras sus padres trabajaban los campos.
--- ¡Monnie! ¡Despierta! Coge el cuenco y la rama. Ya es hora de volver a casa. Hemos terminado por hoy. ---gritaba su padre desde la orilla del campo.
Estaba tan inmersa en sus propios pensamientos que el tiempo había transcurrido sin que ella se diera cuenta. De repente recordó los planes que había hecho para cuando la jornada laboral tocara a su fin.
---Me gustaría dar un paseo, si me dais permiso… ---dijo con voz mimosa.
Monnie repetía la misma frase cada mañana y cada tarde, a fin de obtener el permiso de su padre para dejar el trabajo un rato antes que ellos y emplear ese tiempo libre en la exploración de la cueva. Él también repetía siempre la misma contestación: “puedes marcharte, pero recuerda que debes estar en casa para la comida”. Pero ese día había estado tan inmiscuida en sus pensamientos que dejó pasar el tiempo y ya era demasiado tarde. Sus padres ya se iban a retirar a descansar hasta el día siguiente, Frec querría disponer de su comida tan pronto llegara a casa y no iba a permitir que ella no estuviera presente. A él le gustaba ver a la familia reunida durante las comidas.
--- ¿A dónde quieres ir tan tarde? Ya sabes que esa pregunta tenías que haberla hecho hace un tiempo. Ahora es momento de volver a casa, comer y descansar hasta mañana. ---dijo su padre
---Me gustaría ir a dar un paseo. Es temprano para meterme en casa. Todos los demás están aún en los campos, quizá juguemos un poco cuando terminen… ---mintió Monnie, pues su intención era adentrarse en el Túnel del Velvén.
Hacía años que no visitaba a los del final de la cueva y esos últimos días había sentido deseos de pasar por allí para ver cómo continuaban las cosas al otro lado.
---Tiene razón. Al fin y al cabo no es más que una niña y tiene derecho a jugar un poco cada día ---intervino Rostie, su madre, buscando con la mirada la aprobación de Frec.
Monnie estaba sorprendida de que su madre se arriesgara a contradecir a Frec para defender ese instante de libertad que ella requería.
---Ya no es una niña, tiene casi diecisiete años y debería recordar las normas que ella y yo negociamos hace ya mucho tiempo.
---Pero los juegos con esos niños es la única diversión que tiene en la vida. Porque un día se haya olvidado de preguntarte a tiempo, no debemos privarla de su derecho a jugar. ---alegó Rostie.
Monnie estaba asombrada. Su madre nunca había salido en su defensa. Se preguntaba qué le estaría ocurriendo para que diera un giro tan radical.
---Está bien, pero no tardes, ya sabes que me gusta cenar pronto, y con la familia reunida. Y esto no es negociable. Si no estás en casa a tiempo, serás castigada.
Monnie asintió en silencio.
Frec y Rostie se pusieron en marcha hacia la casa, con paso lento y espalda encorvada, manteniendo una incesante conversación que consistía en que él opinaba cuanto le venía en gana y ella asentía en silencio o le manifestaba abiertamente cuánta razón tenía.
Monnie decidió permanecer en el mismo lugar hasta comprobar que entraban en la casa. Quería hacerles creer que esperaría allí hasta que los otros niños terminasen su trabajo en los campos.
Cuando vio que tomaban el camino central y se iban alejando hacia la casa, no pudo esperar más y se puso en marcha hacia el túnel que partía del lado este, allá donde terminaban las posesiones de su familia.
El túnel era ancho en sus comienzos pero, como si de un embudo se tratase, se iba haciendo más angosto a medida que se avanzaba en su recorrido. Y terminaba con un pasadizo tan estrecho que sus paredes parecían estrangular a quien osara adentrarse en él. Marcaba el camino una luz rojiza que apenas conseguía ahuyentar la oscuridad.
Antaño solía recorrerlo a menudo. En aquella época “los del final de la cueva” eran su único contacto con el mundo real y ella, con el único propósito de verles, solía escaparse con el pretexto de que necesitaba dar un pequeño paseo.
Desde la mirilla que había instalado, adecuada a la altura y amplitud de su ojo, les veía llegar ya entrada la noche, cansados y abatidos, pero sobre todo tristes. Sus rostros presentaban un semblante tan serio que casi indicaba enfado. Pero era su mirada cansada, sombría y sin atisbo de vitalidad la que disipaba cualquier tipo de duda, desechando el enfado y dibujando en su cara ese aspecto triste que tanto impresionó a Monnie cuando les vio por primera vez.
Desde ese primer encuentro habían pasado años, muchos años. Durante un tiempo repitió las visitas casi a diario, hasta que una extraña enfermedad germinó en la mente de Amand sumiendo su vida en una tristeza que la obligaba a permanecer acostada en la siara día y noche. Monnie se encargó de cuidarla e infundirle los ánimos necesarios para retomar el camino de la vida.
Cuando Amand estuvo repuesta regresó al lugar para visitar a “los del final de la cueva”, pero el agujero que había camuflado en la pared para espiarles estaba tapado y no podía ver lo que ocurría al otro lado. El temor le invadió al suponer que habían descubierto su travesura y escapó de allí a toda prisa, empujada por el miedo a que los guardianes hubieran decidido vigilar el lugar para apresar al impertinente merodeador.
Mucho tiempo después seguía haciendo cavilaciones (cada cual más descabellada) sobre lo que habría ocurrido al final de la cueva. Hasta que un día se armó de valor para atravesar el Túnel del Velvén y abrir otro agujero en la pared para fisgar. Comprobó con alivio que no había ocurrido ninguna de las tragedias imaginadas y ellos seguían allí en los mismos barracones y con el mismo estilo de vida de siempre, por el que parecían no pasar los años. Sólo que ellos tenían la suerte de poder procrear, nacer, crecer, envejecer y morirse. Monnie sentía una envidia sana cuando observaba a aquellos desventurados gastar su vida finita.
Transcurrido un tiempo dejó de visitarles, esta vez por aburrimiento. Siempre hacían lo mismo y en el mismo momento. Jamás había novedades.
Ahora sus escapadas se dirigían a la boca de la cueva y casi había olvidado a los que habitaban al otro lado. Hacía tanto tiempo desde la última visita que apenas recordaba cual era el mejor momento para observarles. Sabía que debía llegar a tiempo para verles entrar y acostarse, pues si se demoraba sólo encontraría un barracón oscuro invadido por multitud de ruidos que generaban los que allí pretendían descansar. Confiaba en el reloj biológico de su padre, que estaba perfectamente sincronizado y daba la señal de retirarse del trabajo cuando aún quedan al menos dos porciones* de tiempo para que Asten se escondiera hasta el siguiente día. Calculó que habría transcurrido media porción desde que Frec dio orden de retirada, por lo tanto disponía de otra porción y media hasta que los cunches llegaran a los barracones. Teniendo en cuenta que el túnel era relativamente corto (medido en pasos tenía unos quinientos escais**) y el recorrido duraba menos de una porción de tiempo, llegó a la conclusión de que aún tendría que esperar allí otra media hasta que llegaran. Además, esas cuentas daban como resultado que quedaba todavía mucha luz y no podría asomarse al otro lado o correría el riesgo de que su retina se quemara en un instante porque, si bien en los barracones predominaba la oscuridad, las pequeñas ventanas próximas al techo dejaban colarse suficiente luz como para que sus ojos se quemaran en un instante.
De repente se percató de que, si visitaba los barracones no llegaría a tiempo para su cita en sueños. Se alarmó ante la idea de disgustar a Samuel. Si le dejaba plantado, él no regresaría. Si él no regresaba, su vida se convertiría en una rutina sin fin. Vio su mundo desmoronarse como un juego de naipes que caía provocado porque ella no acudía a la cita esa noche. Sencillamente, no podría soportar la ausencia de Samuel. Su amistad, aunque sólo existiera en sueños, era lo único que daba sentido a su vida.
Mucho menos importante era el hecho de que Frec había sido tajante cuando le advirtió que debía estar en casa para la hora de cenar. Aunque fuera intrascendente, tampoco quería ganarse una regañina innecesaria.
Aquella excursión requería disponer de tiempo suficiente, sin prisas, como solía hacer antaño. Por eso decidió dar media vuelta y regresar a casa. Apenas había iniciado el recorrido del túnel y era más sensato volver porque su familia ya estaría disponiendo

• *Una porción de tiempo equivalía a media hora, aproximadamente.
• ** Un scai equivale a dos metros y medio (250 centímetros



la cena. Después sus padres y Amand se acostarían enseguida. Y ella también porque había quedado en reunirse con Samuel a orillas del lago durante el sueño de esa noche.
La excursión al final de la cueva tendría que esperar hasta el día siguiente.
Nada más franquear el arco que daba acceso a la casa, ya percibió el ambiente hostil, sin duda motivado por su tardanza en acudir a la reunión familiar entorno a la cena. Ella tenía la sensación de que había transcurrido poco tiempo desde que sus padres se retiraron a la casa. Además tenía permiso para jugar un rato. Pero era evidente que había pasado más tiempo del que su padre podía esperar. Quizá ella se había entretenido demasiado mientras decidía si continuar su visita o regresar a casa. Quizá la posibilidad que había pasado por su mente de perder a Samuel, le había dejado paralizada más tiempo del necesario.
Buscó la mirada de su abuela, a sabiendas de que ella, con algún gesto o mueca disimulada, trataría de darle instrucciones para que la metedura de pata no fuera a mayores.
En cuanto vio que Amand entornaba la mirada y la cabeza hacia el lado derecho, justo donde quedaba el único asiento vacío, entendió que debía entrar rápidamente, sentarse y disponerse a hincarle el diente a las hojas que esperaban dentro de un tazón.
El silencio reinaba entorno a la mesa, interrumpido de vez en cuando porque su madre, Rostie, masticaba y tragaba sin tener en cuenta un mínimo decoro y, además, Frec soltaba de vez en cuando algún que otro bufido para dar a entender que estaba muy harto de que, aunque sólo fuera de vez en cuando, se transgredieran sus normas respecto a los horarios de comida. Así, cuando sus dedos llevaron a la boca la última hoja que quedaba en el tazón, apoyó los dos brazos en la mesa y, dirigiendo a Monnie una mirada retadora, se levantó y marchó en dirección a su siara. Mientras tanto Rosti siguió cabizbaja, sin hacer el más mínimo comentario. Terminó también su comida y siguió los pasos de Frec en busca del ansiado descanso. Era el momento esperado por Amand para verse a solas con Monnie y echarle su cariñosa regañina.
--- ¿Por qué haces estas cosas? Sabes lo mucho que molestan a tu padre… ---preguntó Amand con gesto suplicante, mientras cogía la mano de Monnie.
--- ¿Qué cosas tati? ¿Llegar un momento más tarde de lo que él quisiera? ¡Ni que tuviéramos el tiempo contado! ¡Por Hatai, si tenemos toda la eternidad y vivimos tan al límite como si fuéramos a morirnos mañana mismo!
---Por eso, Monnie, por eso… Estamos condenados a la vida eterna, lo que ya es desgracia bastante y, precisamente por ese motivo, deberíamos esforzarnos en hacernos felices los unos a los otros. Y no hay nada que haga más feliz a tu padre que comer a las horas que tiene estipuladas y luego irse a descansar cuando también lo considera conveniente.
---Esa es la felicidad de los tontos, de los que se conforman y no tienen espíritu para buscar algo mejor, para seguir luchando.--- contestó Monnie con despotismo.
---No digas eso… ¿qué quieres que hagamos? Nadie puede romper la maldición de Altrus. Quien lo intentara sería un insensato y, con esa rebeldía, lo único que conseguirás será sentirte más infeliz aún.
---No estoy intentando deshacer la maldición, sólo exploro los alrededores del lugar donde vivimos. A lo mejor algún día, en una de esas escapadas, encuentro algo o alguien que nos pueda ayudar.
--- ¿Ya olvidaste lo que te ocurrió hace unos días? ---preguntó Amand, acercándose a Monnie en tono confidencial, para evitar que alguien más pudiera escuchar un secreto que sólo les pertenecía a ellas.
---No, tati, para mi desgracia aún no lo he olvidado. Es más… lo recuerdo todos los días.
Monnie contestó por telepatía. Sabía que el oido de Amand no era lo suficientemente agudo como para escuchar una confidencia. Había que evitar que se aliaran un posible sueño tardío de sus padres con la escasa amplitud de la casa para poner al descubierto tan engorroso secreto.
---Pues debes olvidarlo y dejar esos paseos. Aquél día estuviste en serio peligro, créeme que lo digo por tu bien, bueno… y por el mío también. Aún despierto muchas noches, sobresaltada, después de rememorar en sueños lo que pasó cuando yo estaba tranquilamente preparando la cena y apareciste en la entrada de la casa con el rostro desencajado y teñida en sangre desde las orejas hasta los pies, mientras tu mano temblaba sin parar, sosteniendo a duras penas aquella enorme piedra de punta afilada, hasta que no pudiste más y la dejaste caer a mis pies.
--- ¿Qué hiciste con ella, tati? ---preguntó Monnie de repente.
Aunque le había angustiado mucho aquel asunto, hasta ese momento no se percató de que aquella piedra debía permanecer en un lugar tan oculto que nadie pudiera encontrarla jamás.
Ahora se sobresaltaba pensando en la posibilidad de que alguien pudiera encontrar la piedra y comenzara a indagar en un asunto que le llevaría hasta ella. Tal posibilidad y todas sus consecuencias pasaron por su mente en cuestión de segundos para dejarle el cuerpo tiritando de frío y de miedo.
---La tiré al riachuelo cuando te acompañé hasta allí para que te dieras un baño ¿es que no lo recuerdas?
---No, no lo recuerdo. Lo siento…
Se sintió aliviada al saber que la abuela había previsto el destino ideal para la piedra. El agua borraría los restos de sangre y sería una más de las muchas que reposaban en el fondo del riachuelo, sin levantar las sospechas de nadie.
---Por eso quiero pedirte que tengas mucho cuidado, que no salgas de aquí. Tienes más niños para jugar y no necesitas aventurarte en esos paseos tan peligrosos. Piensa que, al igual que aquel día te pasó aquel incidente, otro día puede ocurrir que no salgas de allí con vida para contarlo.
---Ya lo sé abuela… --- contestó Monnie, sin poder evitar que las lágrimas empezaran a inundar sus ojos.
--- Tienes que olvidarlo. Considéralo un incidente que te aportó una importante lección. Y ahora… ¡a dormir para estar mañana bien descansada! ---dijo Amand mientras depositaba un beso en la mejilla de su nieta.
Monnie se despidió de su abuela con una sonrisa forzada que se deshacía por las comisuras y el temor de que el recuerdo de aquel fatídico día le impidiera conciliar el sueño pronto, con el consiguiente retraso en acudir a la cita que tenía esa noche. Habían quedado junto al lago como siempre, pero aquel era un día especial porque él le había prometido que le regalaría uno de aquellos preciosos vestidos que se ponen las humanas y, envuelta en su magia, la llevaría hasta su casa de Madrid para ver juntos una película. No podía demorar el sueño ni un instante más, porque en esos momentos él ya estaría junto al lago, esperándola.


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